miércoles, 13 de junio de 2012

¿Qué andas buscando?

Una señora ciega golpeaba el suelo adoquinado de la calle con su bastón. Parecía desorientada: daba un paso hacia un lado y, luego, hacia el otro. Me acerqué a preguntar si necesitaba ayuda. Me coloqué a su lado y cuando abrí la boca para hablar...
- Oiga -me dijo ella inesperadamente, orientando su rostro hacia mí-, ¿me puede responder a una pregunta?
¡Cómo! ¿Había percibido mi llegada? Dicen que los ciegos tienen mucho más desarrollados los demás sentidos.
- Claro -le respondí un poco perplejo. Total, me preguntaría sobre dónde estaba o cómo llegar a tal sitio o si la podía acompañar hasta un lugar conocido. 
Entonces me soltó:
- ¿Qué anda buscando, joven?
- ... -me la quedé mirando mudo e inmóvil.
Pero, bueno, ¿no se suponía que era ella la desorientada? ¿No iba a ayudarla yo a encontrar el camino?
- ¿Sigue usted ahí? -inquirió, sacándome de ese estado semi catatónico que te produce la sorpresa..
- Em... Sí, claro.
- Me dijo que me respondería a una pregunta. No le he oído.
- Pues... esto... En realidad no estoy buscando nada -balbucí-. En realidad, yo... usted... pensaba que... -entonces me rehice y me lancé al ataque-. ¿Qué se supone que debería estar buscando?
Entonces ella sonrió, levantó su mano derecha y la dirigió hacia mí. Me tocó la cabeza, pero buscaba mi hombro. Dio unas palmadas en él. Sonrió con un gesto entre cómplice y socarrón. Supiró levemente y cruzó la calle. El semáforo acababa de ponerse en verde.

lunes, 11 de junio de 2012

sábado, 9 de junio de 2012

A ver si la luna me da de comer

La luna estaba cadavérica, en cuarto creciente, transida de nubes plateadas y negras: una escena fantasmagórica. Las olas llegaban ruidosamente a la playa, mientras aquel hombre empujaba su pequeño bote de madera hacia el mar. Dejó un pequeño surco en la arena y, cuando el agua le llegaba a las rodillas, saltó dentro. Desplegó los remos y bogó mar adentro (traqueteo de las olas). Al poco apareció un gran carguero en el horizonte y el hombre se apresuró. Los músculos de todo el cuerpo se tensaban y destensaban cada vez más rápido. ¡Debía llegar a tiempo! De la cubierta del carguero, unos hombres lanzaron unos diez fardos al agua y el gran barco se alejaba. Entonces, empezó a vislumbrar a los demás.Varias decenas de botes, parecidos al suyo, se lanzaban a la carrera para apresar uno de los fardos. Aquel hombre sudaba, apretaba los dientes, tiraba con más fuerza de los remos... ¡Debía llegar a tiempo! Un esfuerzo más, otro... cerró los ojos reconcentrando todas sus energías... y topó con otra barca. Se miraron, entonces aquel hombre vio a tres metros uno de los fardos. Pero no se percató del otro marinero que había levantado un remo y lo dejaba caer sobre su cabeza.
Lo encontró al amanecer una patrullera de la Guardia Civil. Le preguntaron qué le había ocurrido y, si había visto algún barco sospechoso de contrabando. "No", respondió aquel hombre, "salí a contemplar la luna, a ver si me daba de comer".

viernes, 8 de junio de 2012

Viajé con la tristeza

La conocía, pero no me acordaba de su nombre. Se sentó a mi lado y escuchaba cómo hipaba sordamente. Su brazo, en contacto con el mío, me transmitía leves convulsiones de un llanto mal disimulado. ¿Qué le estaría ocurriendo? Me sentía obligado a decirle algo para animarla; pero sentía muchísima vergüenza. ¿Y si, en realidad, no la conocía? Pasaron dos estaciones y no me decidía. Entonces la miré. Su perfil casi me recordó su nombre. En la tercera parada, ella se puso en pie. La contemplé de espaldas, con su abrigo y su rizado cabello negro. Se abrió la puerta y, antes de salir, inclinó la cabeza hacia la derecha con un gesto tan característico que ya no tuve dudas. ¡Ya la recordaba! Ahora sí podría consolarla; pero, mientras brillaba en mi mente el recuerdo reencontrado, se apeó, las puertas se cerraron. Me quedé clavado en el asiento. El metro se puso en marcha y, al entrar en el túnel, la perdí de vista.