viernes, 8 de junio de 2012

Viajé con la tristeza

La conocía, pero no me acordaba de su nombre. Se sentó a mi lado y escuchaba cómo hipaba sordamente. Su brazo, en contacto con el mío, me transmitía leves convulsiones de un llanto mal disimulado. ¿Qué le estaría ocurriendo? Me sentía obligado a decirle algo para animarla; pero sentía muchísima vergüenza. ¿Y si, en realidad, no la conocía? Pasaron dos estaciones y no me decidía. Entonces la miré. Su perfil casi me recordó su nombre. En la tercera parada, ella se puso en pie. La contemplé de espaldas, con su abrigo y su rizado cabello negro. Se abrió la puerta y, antes de salir, inclinó la cabeza hacia la derecha con un gesto tan característico que ya no tuve dudas. ¡Ya la recordaba! Ahora sí podría consolarla; pero, mientras brillaba en mi mente el recuerdo reencontrado, se apeó, las puertas se cerraron. Me quedé clavado en el asiento. El metro se puso en marcha y, al entrar en el túnel, la perdí de vista.

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